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Vincent Van Gogh, Autorretrato, Museo d'Orsay, París. |
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Paul Gauguin, Autorretrato con Cristo amarillo (1889), Museo d'Orsay, París |
Vincent y Paul eran amigos. Un día a Vincent se le ocurrió una fantástica idea: ¿qué tal si montamos una comuna prehippy de artistas en Arlés? Y allá que se fue con todos sus bártulos, alquiló una casa de color amarillo, dejó todo bien limpito e invitó a sus amigos pintores. Pero todos le daban largas, “oye mira, lo siento mucho pero no voy a poder ir, es que llevo una semana con una lumbalgia terrible”, “vaya hombre, qué lástima, pero es que desde que mi señora me pilló en la cama con la modelo me tiene atado muy corto”... Todos menos Paul que, como no tenía un chavo, había decidido convertirse también en mantenido de Theo. Y Theo, con muy buen criterio, le mandó a vivir con su otro mantenido para ahorrar en alquileres.
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Esta es la casa amarilla de los mantenidos
Vincent Van Gogh, La casa amarilla (1888), Museo Van Gogh, Ámsterdam
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Vincent Van Gogh, Los girasoles (1888), National Gallery, Londres |
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Paul Gauguin, Van Gogh pintando girasoles (1888), Museo Van Gogh, Ámsterdam |
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Vincent Van Gogh, La arlesiana (1888-1889), Metropolitan Museum, Nueva York |
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Paul Gauguin, La arlesiana (1888), Museo Pushkin, Moscú |
La silla de Vincent es amarilla (igual que las tenía en su habitación de Arlés, que también pintó en otro cuadro requetefamoso, sabéis cual digo ¿no?). Sobre el asiento hay un pañuelo con tabaco y una pipa. La silla está pintada a la luz del día. El arte de Vincent, precursor del expresionismo, era como esa silla: sencillo, directo, natural, directamente salido de las entrañas.
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Vincent Van Gogh, La silla de Van Gogh (1888), National Gallery, Londres |
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Vincent Van Gogh, La silla de Gauguin (1888), Museo Van Gogh, Amsterdam |
Y como era de suponer, la cosa terminó como el rosario de la aurora. Un día discutieron más de la cuenta. Vincent, auténtico rey del drama, amenazó a Paul con una navaja de afeitar. Paul, harto de tanto teatro, se largó dando un portazo. Y Vincent arrepentido -y posiblemente en un estado de embriaguez bastante deplorable-, se cortó el lóbulo de la oreja derecha, lo envolvió en un pañuelo y se lo llevó a una chica que trabajaba en uno de los burdeles que frecuentaban (pequeños vicios que también sufragaba San Theo).
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Vincent Van Gogh, Autorretrato con oreja vendada (1888), Courtauld Gallery, Londres |
Y colorín colorado la historia de Vincent y Paul se ha acabado.